Desde el punto de vista artístico e iconográfico la Patrona de Utrera tiene ya poco que ver con la talla que, como señala la historia, trajera desde el emparedamiento sevillano la madre de Marina Ruiz en 1507, pues durante estos cinco siglos ha sufrido varias intervenciones que han modificado notablemente su aspecto. Algunos historiadores (es el caso de Juan Cabello) aseguran que ésta la adquirió en 1490 (dato poco creíble, pues ni siquiera aclara su procedencia). Según señaló el profesor José Hernández Díaz en un informe previo a la restauración de la imagen por el profesor Arquillo en 1964, parece que fue realizada en el siglo XIV, por un escultor anónimo y en madera de peral. Originariamente era una talla completa y sedente, respondiendo al modelo iconográfico bizantino de Virgen Theotocos o Kyriotissa, ya que portaba un Niño Jesús entre sus brazos, que fue sustituido por el que ahora tiene en la gran reforma de la que fue objeto durante el período barroco. Igualmente respondía a lo que popularmente se conoce como “Vírgenes Negras” algo que corrobora el historiador Rodrigo Caro cuando dice que era “muy morena, fea y muy antigua su hechura” Aspecto que cambió de raíz inmediatamente después del milagro de la lámpara de aceite en 1560 en que, siguiendo a Rodrigo Caro "sin ministerio de hombre mortal, se volvió hermosa y resplandeciente, de la manera que hoy la vemos, sin que jamás le hayan tocado el rostro para darle algún color o matiz", sin embargo historiadores contemporáneos como Antonio Cabrera Carro desmienten este origen sobrenatural del cambio de color en la faz de la imagen, atribuyéndolo a una restauración oculta. Si hay constancia que, desde muy antiguo, tal vez desde el reinado de los Reyes Católicos en que comenzó dicha moda, la talla era revestida con ropajes, quizás de la misma forma que aún hoy se sigue haciendo con la Virgen de Valme, de Dos Hermanas.Pero sin duda, fue en el Barroco cuando tan venerada representación mariana sufrió el cambio más grande de que se tiene noticia, modificando radicalmente su aspecto hasta el punto de quedar casi como la podemos contemplar hoy. Fue en dicha reforma cuando se mutiló a la Virgen para convertirla en imagen de candelero, dotándola de brazos articulados y sustituyendo el antiguo Niño por el que vemos actualmente.
Los atributos iconográficos que hoy son consustanciales con nuestra patrona, son corona, ráfaga, media luna y el barquito que porta en su mano, sustituyendo al cetro que tuvo en un principio. La ráfaga o resplandor de plata que circunda la imagen y la media luna tienen su origen en el Apocalipsis de San Juan cuando se describe a "una mujer revestida del sol, con la luna bajo de sus pies". Por cuadros, exvotos y grabados, no hay duda que la Virgen de Consolación poseyó ráfagas más antiguas que la que luce hoy, posiblemente robadas en el expolio que sufrió su templo por los franceses en 1810, pues la actual es fechable en el siglo XIX, dada su similitud con la de la Inmaculada Concepción de la Sacramental de Santa María, realizada en 1862. La media luna, de la forma en que la ostenta hoy, en forma de cuarto creciente, además del significado apocalíptico parece señalar un símbolo de triunfo sobre el Islam, como señala José González Isidoro en uno de sus trabajos y recoge el ya citado Antonio Cabrera Carro
Virgen de Consolación
El barco, con el paso del tiempo, se ha convertido en el elemento más peculiar y característico de la Patrona de Utrera. Es una pequeña nave de oro y cristal de roca, del siglo XVI que, según la leyenda, fue ofrendada por los marineros del navío "Vera-Cruz" pues, estando en una ocasión a punto de naufragar, se encomendaron a dicha advocación. Hay que volver a Rodrigo Caro quien, entre los adornos del altar, en 1622, ya menciona "un navío de oro, curiosísimamente labrado". Refuerza esta hipótesis un azulejo de finales del siglo XVII, colocado en la casa de Joaquín Giráldez Torres, en el que aparecía la imagen con un cetro en la mano. Y de la misma forma aparece en un exvoto de 1728. Cabrera Carro apunta la posibilidad de que en un principio se le colocara solo en las grandes festividades para, hacia la mitad del siglo XVIII, quedar ya permanentemente en las manos de la imagen, aunque en la actualidad y a diario luce uno de plata, reservando el primitivo para las grandes solemnidades. Se completan sus atributos con la corona y el orbe que el Niño sostiene, como distintivos de realeza. Existen varias piezas de este tipo, destacando entre ellas la de oro y piedras preciosas, obra del orfebre Fernando Marmolejo Camargo, y que fue ofrecida por el pueblo de Utrera en 1964, al ser coronada canónicamente. Del mismo modo se conservan dos más de plata, del siglo XIX, que son utilizadas a diario. Y por último reseñar, aunque muy sucintamente, el ajuar de la Virgen: mantos, sayas, rostrillos y alhajas diversas que luce según la festividad o conmemoración litúrgica, la mayoría donadas por devotos que, junto a lo expuesto, completan el aspecto exterior de la imagen y conforman el ornato de la Patrona de Utrera.
Poema a Ntra. Sra. de Consolación
Cada ocho de Septiembre
Cada ocho de Septiembre
por los caminos de Utrera
el corazón se me pierde.
Por sus benditos caminos
cada ocho de Septiembre
el barco de mis nostalgias
entra en los mares, valiente,
y enfila con fé su proa
hasta Utrera, para verte.
Que no hay utrerano bueno
por muy lejos que se encuentre
no ponga en Ti sus ojos
cada ocho de Septiembre.
Incluso los que proclaman
por el mundo que no creen,
si son de Utrera, Señora,
si como utreranos sienten,
notarán en sus adentros
un pellizco duro, fuerte,
que les llenará de dudas
cada ocho de Septiembre.
Salvando cientos de leguas
donde quiera que me encuentre,
yo llegaré hasta mi pueblo
cada ocho de Septiembre.
Y si no pudiera estar
en cuerpo y alma presente,
echaría el alma al río
a que el río se la lleve.
Y con los ojos del alma
vería cómo amanece
con sones de avemarías
y entre dianas alegres
el día grande de Utrera.
De una Utrera que se mete
fervorosa en tu camino
besado de sombras verdes.
El camino que nos lleva
a esa ermita que parece
que quiere clavar su torre
en tu cielo azul-celeste.
Y ya, dentro de la ermita,
confundido entre tu gente,
te pediría mi alma,Señora,
que me consueles
con tu sonrisa de Madre
cada ocho de Septiembre.
*Información obtenida de la web del Año Jubilar
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